lunes, 29 de abril de 2013

Del primer domingo de septiembre

Durante las últimas semanas el excesivo calor me ha mantenido alejada del palco, apartada de estas mis queridas vistas de lo cotidiano. Compruebo que pese a que se ha agravado la dificultad de los ancianos para doblar airosamente las esquinas, la pincelada de mar sigue ahí situada en el este, sin acusar el paso del tiempo y una vez superada la lírica luna azul de agosto, siento la pesadumbre de los gatos flotar discretamente sobre los tejados de las casas bajitas. Lejos del perímetro de este sueño convalece el ángel cuya caída precipitó el recorte de la luz de estos últimos días… amén de la malherida acacia, de los poros fruncidos por la repentina impresión de saberlo roto pero con vida, y de la fantasía atroz que desató las viperinas lenguas vecinales, como espiritrompas del morboso murmullo que caracolea despiadadamente los sucesos terribles –nunca lo bastante terribles y lamentables cuando son otros los que los padecen-. De reducida talla siguen siendo los seres vacíos para vivir en su carne las tragedias sobre las que soplan con miedo…para alejarlas. Pero si pueden se ofrecen –de dudosa fe- como camilleros para transportar pájaros quebrados bajo el potente foco de la curiosidad… Incorregibles.


Boca abajo, sobre el duro terrazo, invierto la calma de este primer domingo de septiembre en dormitar como un animal doméstico sin excesiva memoria.

Y parecía imposible seguir viviendo en aquella edad de hierro superada a base de sangrías. Cuán equivocadamente juzgamos la vida al creerla frágil, siendo como es intocable… y tan absoluto el sentido del misterio que encierra.