martes, 27 de mayo de 2014

tercer fragmento de "Como fantasmas"

Te equivocas, tu aparente indiferencia no tiene esqueleto. Tampoco lo tiene mi voz. Similitudes –presumo.

No te creo.

Te miro y no lo hago en secreto. Me miras, levantando a escondidas las esquinas de las horas. Y así, al borde de sentirte victoriosa, conservas la curva depredadora de tus uñas y esa sonrisa artificial que tanto me crispa. Finges conocer a fondo la ingeniería del engaño. Pero en esto como en otras asignaturas de vida… te llevo ventaja… Las azoteas me pertenecen… todas… Y los caleidoscopios… las cerraduras que sangran… los túmulos con respiradero… los tálamos con grietas que me traen tu aliento… Y aquel monóculo también, sí, el que llevaba el gato…

He corrido con el agua que anegaba la avenida. Despuntaba el día. No duermo nunca. Pensaba cosas de muerto, como que tú nunca antes la atravesaste conmigo, así, esquivando el tráfico histérico de una mañana de diluvio, descalza, sin el peso de tus grilletes, reventándose gloriosas tus ampollas. Y he corrido con el agua llevándote prendida, como el dorsal del que nunca gana, sumándote a mi lluvia, para tomar de ti tu caudal secreto y alcanzar antes de tiempo la noche.

sábado, 24 de mayo de 2014

otro fragmento de "Como fantasmas"

Lo hacíamos entonces, cuando contábamos los tres, con una excusa ósea para usarla a ella a modo de arco. Nos lo permitía. No tenía elección. Éramos suyos. Después, la muerte recuperó para sí nuestros huesos y atomizó nuestras voces, poco a poco. La mía ha sido la última. Pero tan débil era, tan asqueada se hallaba de susurrar en vano tu nombre, que creo que me precedió en lo de morir. A ellos, mis añorados amigos, les colocó obleas en las bocas para perpetuarles la sonrisa, santificándolos de algún modo –que de eso sabe la muerte- y los tiñó de azul, narcotizados de Leteo. Conmigo no fue tan considerada. No me dejó dibujarle en el torso un corazón con la punta de mi lengua. Me negó el beso. Me negó el azul. Me negó el olvido. Me negó su amor y su clítoris helado. Porque la deseé hasta la alambrada de espino, porque la acosaba yendo tras ella, porque le salía al paso como un funámbulo ebrio aprovechando cualquier filo. Así que, aunque me hizo transparente decolorándome hasta la sombra, eternizó en mi rostro el gesto adusto, insistiendo en la inclinación sombría de mis cejas sin aliviarme el trazo del ceño que sangraba y me convirtió en esto que no ves… un fantasma.

Sigo usándola a ella como un arco. La necesito para acercarme a ti. Me agarro a la cola de su amor… tiene forma de perro.

Lo hago porque no puedo verte instalada desde mi niebla en el ocre, yendo y viniendo de las porquerizas con tu cesta de exvotos, mordisqueando espaldas, succionando médula, dejando un rastro de vertebras por donde pasas… ¿No ves que soplo sobre ellas para avivar las llamas, mientras entregas a los eunucos tu pasión?

Una gota de mi eternidad es eso que te cuelga del labio.

No. Al otro lado no estaban ellos esperándome. Mi puto arco iris no es más que gris degradándose en la noche, apoyado en las dos estacas enfrentadas del desierto.

Condenado a repetir mis obsesiones, abuso de la espiral y olisqueo tu pelo, pulsándote el humor, abatiéndote en mi espacio, abriéndote en canal, descendiendo a tus infiernos con un carburero siniestramente sostenido en mi diestra y un pájaro amarillo aferrado contra el pecho...

Busco lo que nos niegas. Lo busco sin descanso. Me pertenece.

martes, 20 de mayo de 2014

fragmento de "Como fantasmas"









Duermes.

Quieres hacerles creer a los que te sonríen que contigo llevas tu cuerpo… tu conciencia de género femenino… el collar de conchas que desenterraste… el arnés para asegurarte en el vacío colgada del pecho de tu hombre… y tu impúdico triángulo acotando la nada.

Él aplaude. Siempre que agitas la cabellera, aplaude… Aplaude hasta la extenuación viendo cómo desalojas los pájaros que te perforan el cráneo y mantienen artificialmente viva tu sonrisa anudada a tu nuca con hilo rojo. Aplaude porque en el fondo sólo es un pobre hombre que gotea dudas aunque quiera creer en las sirenas y le guste chupar las espinas del pescado…

Duermes y sé cómo asaltarte, cómo caer sobre ti como un ala, desprotegerte, exponerte a mi intemperie, al férreo rigor de la mirada cruel que no llegué a proyectar sobre tu frente –sagrado pentagrama donde tendí las notas que no me arrancaste- cuando vivía… Cuando vivía… Cuando vivía ninguno de los dos tenía los ojos azules ni un globo de helio entre los riñones…

Yo no sonrío. Antes tampoco lo hacía: me desequilibraba el rostro. Era oscuro y arrogante. Tenía un cofre con omisiones y el gesto rancio. Ya no…

Pero sigo tu estela… Sigo esperándote… Jadeo como un perro a la espera de tu metamorfosis…

No aplaudo tus ejecuciones. Y lloro mi decepción aferrado a tu pelvis como aire…

Soy el muerto incómodo que orada tu piedra, el que se come la hierba que no plantas. Y tengo mi boca llena de ti, todavía… y tus votos en la palma de mi mano –sólo sombra-.

Te espero… Pero sigues levantando entre los dos, alambradas…

domingo, 11 de mayo de 2014

autorretrato

No soy escritora. Escribidora, tal vez. Que en esto, como en casi todo, hay clases y siempre me he sentido mejor entre los apartados, mejor aún… autoexcluidos… Ni arriba ni abajo… floto a una altura razonable.


Lo que me pasa es que padezco una infección en el decir y duermo poco.

A través de la escritura se manifiesta mi enfermedad y se aviva la certeza de saberme incurable. El lenguaje, tejido purulento de alma y de ego, me hierve en las sienes, ávido de sonido, de frontones sensibles donde realizarse tras el impacto y devenir nada a continuación. Reacciono a los estímulos con palabras, en lo interno, el lúbrico territorio de la digestión, del pánico, del delirio, donde celebro la combustión de lo vivido y ardo sin acabarme.

La palabra se posa en el papel o en la pantalla, febril y mal intencionada casi siempre, para ser sepultada de inmediato por el paso de los días y el descomunal peso de las actualizaciones, vacía de importancia vestida con el impoluto uniforme de lo invisible.

No veo estanterías donde lucir el corazón encuadernado. No veo templos ni santuarios, salvo el de algunos costillares ajenos, que son el mío. No veo desde aquí mi nombre en letra de imprenta. Pero sí me veo exudando decires, ahí, en los días que vienen, suavemente encadenados uno a otro, en el papel, en la pared, en el agua… en los intervalos nocturnos que diferencian a los benditos de los insomnes a cuyas cuerdas me ato para balancearme de noche sobre los tejados.

No tengo pudor en reconocer que he hecho el mal con la palabra y que lo he hecho a conciencia. Que alguno ha llorado y me ha maldecido. Y he sentido una agradable sensación en lo oscuro, desde donde los he visto enfrentados a sí mismos y a mi ojo maldito, desde donde les hubiese dicho si no me odiasen, que sé combinar en los labios el beso y el veneno, igual que ellos, pero con esa torpeza nada correcta que nos diferencia a los brutos de los pulidos, que nunca doy a nadie por perdido, que no libero lo amado, que no lo hundo en el olvido, que no lo niego, que no sepulto su memoria en la gélida sombra que se hace cargo de lo muerto. Que sigo mirando en dirección a su sangre deseando que germine flor por el mundo. Sigo sintiéndolos destino.

No lo he hecho sin querer. He herido. Con el ojo desorbitado de la conciencia fijo en el objetivo.

He minado cicatrices.

No estaban curados. Pero vendían salud con una soberbia intolerable.

Mis balas nunca serán de fogueo y las excusas pueriles no van a llagarme la boca.

Así que no hago esto de apilar frases con el rigor del que presumen los del oficio… No soy escritora. Ignoradme… así, con esa indiferencia fosforescente que os hace reaccionar como si no os tocase… Envueltos en vuestro algodón de azúcar, vosotros, los que me maldecís, ávidos de mi nada, disfrutad del rosa y mentid, que no os duele, que acabo en punta roma, que ya no humea en la vuestra mi columna…

Yo sólo ejerzo de mí misma… nada bueno esperéis… confinadme en el silencio de vuestras voces… os escucho… interpreto vuestro mal….