sábado, 19 de julio de 2014

A oscuras


 

 

 

 

(Advertencia a los amantes de la luz: Alto contenido en todo lo contrario.)

Estoy a oscuras. Ya ves. Como a ti te gusta. Y me quejaba porque tú no encendías nunca la luz… pero ahora, que puedo, en mi territorio, no tengo ganas de ella, con estos párpados hinchados y esta mueca metálica de monstruo. No quiero ser evidente. Me muero. En sentido figurado, por supuesto, que se me encabrita el sur de la sangre y exagero, siempre exagero. Pero hasta la muerte figurada es espantosa.

Ya estoy lejos de ti. Mis horas bajas  no volverán a provocarte esa ansiedad que te obligaba a fumar más de la cuenta. ¿Ves…? Ya no te pongo un cigarrillo tras otro, en la boca. Que he tomado nota de todas tus reclamaciones, incluso de las veladas, bajo tu humor cruel de hombre enjaulado…Decías, que por mi culpa –que te obligabas a fumar en el balcón para no asfixiarme-, arrojabas las colillas a la calle.

Ya no estoy ahí. Hazlo adentro. Como antes, con todas las ventanas cerradas. Y respira…respira hondo. Es el humo de la libertad… Vamos…. Desentumece tus pequeñas alas… Vuela hasta el ventilador del techo… Libre… Pero, cuidado con la pared, amor… descuelga mi ojo antes… y enciérralo en la habitación de las luciérnagas, donde cultivas el caos y acumulas fórmulas para la muerte. Me he apartado del muro y no miro hacia ti… No puedo respirar bien en mi burbuja, pero se debe a la piedra que llevo en el pecho, no a la falta de oxígeno.

No te bloqueo ya. No te peso. En la distancia no existo siquiera. Así que, puedo portarme bien. Sé hacerlo cuando no estoy. Tranquilo… No salgas. El exterior es hostil. Hay tanto por mirar en la televisión. Cientos de historias que no se aproximarán jamás a la extraña estética de la nuestra… A mí  ya no se me dormirán las piernas bajo tu peso, pero lloraré y lloraré, hasta caer exhausta y parecerá que voy a dormirme, pero no… no dormiré... porque he de llorarte… Porque tengo una tara. Y un altavoz. Y una torre en las costillas saltando por los aires. Tú  ya no habrás de esforzarte en quererme un poco, ni siquiera los viernes. Hace demasiado calor para abrazar, para ser dos bajo la sábana. No será necesario que recurras al manual: Cómo Compensar de la Falta de Amor a tu Mascota… Es frecuente que el verano las haga desaparecer… Confía… Muchas se vuelven invisibles… algunas se transforman en animales prehistóricos… otras, simplemente saltan por el balcón… Sólo las que se quedan tatuadas cerca del corazón resisten, y a ti, lo tatuajes no te agradan.

Yo he perdido mi nombre porque tú lo has silenciado, así, tragándotelo para siempre, aunque vuelvas a llamarme algún día y no aciertes a ver que soy otra, el reflejo deshidratado de esta, de la que hoy te apartas para siempre y que no sabe bien qué es. El animal doméstico que no era, ha abandonado la página marcada…

Se ha roto la rueda. Porque no duran eternamente los ejes. Entiendo. Haces bien en soplar sobre mi absurda forma de nube para que abandone tu espacio. Necesito, obviamente, unas gafas oscuras, para afrontar el rigor del duelo. Asustan mis ojos, lo sé. Y algo de tiempo –para llorarte mucho, llorarte largo y muy hondo, en cada peldaño que baja a mis infiernos, donde dejaste tu huella-. Algo de tiempo, sí, para adentrarme en la niebla, encontrar a la niña y darle el huevo de avestruz. En sueños me lo pidió mi padre.

Bajo una sábana negra padeceré las noches venideras sin levantar sospechas.

Porque regreso a la alquimia. Al cero.

Sí… He de incubar un dios, ¿lo sabías?

martes, 3 de junio de 2014

cuarto fragmento de "Como fantasmas"

¿Así es como se nos resta visibilidad a los muertos?

Parece que estás mirando hacia otra parte.

¿Me ves?

Estoy girando a gran velocidad sobre mi eje. – ¡Mira, mamá! ¡Mira…! ¡Sin manos!-le decía a la parte terrible del amor, madre y hembra…

Libre de la costra del miedo, ahora, me atrevo a terminar en punta y perforar el suelo que pisas –determinación macho-. ¿No gimes?

De niño, cuando vivía, me fascinaba la danza de los derviches. Solía imitarlos si me enfurecía para deshacerme de las brasas que sólo a mí me quemaban. Siempre me aceleró la ira. Me hizo enfermar y envejecer antes de tiempo. Acabó conmigo. No supe como tú, o como ella, transmutarla. A escondidas me hacía con la falda negra de mi abuela –donde cada día se recogían la noche y la profecía-, y el gorro de cartulina marrón, que no acababa en punta sino en la indulgente forma de un falo, mi gorro de mago, que también lucía en otras ocasiones, cuando ya no había nadie a quien provocar la risa. Terminaba mareado, impregnado del olor cáustico y salino, de femenina herrumbre, de aquella ropa que delataba así mi hurto y estrellándome al fin contra la mano severa que volaba hacia mí, omnipotente, desde el cielo, ponía fin a mi absurda rotación…

Ahora nada me detiene. La mano divina me ha dejado libre… Orbito sobre ella, plataforma con forma de palma, sin línea del destino.

Poseo un sofisticado eje de burbujas. Te lo debo. Claudiqué en cada hundimiento sin tu boca como mascarilla, anhelando tus exhalaciones, que de haber sido tú, el árbol, me hubiesen dado la vida. El vértigo ya no me reconoce y te veo ampliada como si te deseara crecida… Pero no… no hay deseo en la muerte. No se relaja la mirada obsesiva pero… no hay deseo… De ti ya no deseo nada… ¡Baila en el caos, mujer, mientras te arrojan al escote sus monedas!… Sigue como hasta hoy, sin mostrarte, avara virgen. ¿Quién quiere verte? Qué me importa… ¿Hueles acaso las emanaciones rojas de mi ira?

Voy a abrirte mi doble fondo.

Tu pequeño cómplice la espía a ella. Lo sabes. Él hace como que no existe pero se le marca en los pómulos. Cuando tú le sueltas la cola, él vuelve la cabeza hacia ella. Nunca has tenido la exclusiva. Por eso rabias. Con la risa perlada y todo eso, rabias. Que disimulas con ganas la envidia que te roe la carne vuelta de las mejillas. Que te muerdes lo oculto de la boca –te castigas- cuando sospechas que él la mira. Y lo hace porque en ella te ve a ti, levantándote las faldas de otro modo. Lo hace porque tú no te atreves a ser de verdad, porque buscas coartadas en sangres ajenas. Porque te sobra artificio y baratija y encapsulas tu corazón como si fuese otra cosa. Él la mira a ella porque así aprende algún truco nuevo para amarte, sin desprenderse de su género, ni de la ventaja que le da el mar resumido en sus ojos, desde otro ángulo, mirando morbosamente por su cerradura. Y yo veo al íncubo que viene a beberse el agua de su boca. Y tú, con tu verdad emparedada, con tu piedra preciosa oculta en el núcleo, rabias, porque no eres ella, infinitamente más vital y más vistosa tú, que ella, pero no eres ella. Y te enfrentas a salivazos con el espejo y friegas la marca de su nombre con odio y amoniaco para que desaparezca de tu frente. Pero como él, vuelves, a escondidas, al olor de su sangre, a abrevar en su sombra… Nunca tenéis bastante…















en francés...







martes, 27 de mayo de 2014

tercer fragmento de "Como fantasmas"

Te equivocas, tu aparente indiferencia no tiene esqueleto. Tampoco lo tiene mi voz. Similitudes –presumo.

No te creo.

Te miro y no lo hago en secreto. Me miras, levantando a escondidas las esquinas de las horas. Y así, al borde de sentirte victoriosa, conservas la curva depredadora de tus uñas y esa sonrisa artificial que tanto me crispa. Finges conocer a fondo la ingeniería del engaño. Pero en esto como en otras asignaturas de vida… te llevo ventaja… Las azoteas me pertenecen… todas… Y los caleidoscopios… las cerraduras que sangran… los túmulos con respiradero… los tálamos con grietas que me traen tu aliento… Y aquel monóculo también, sí, el que llevaba el gato…

He corrido con el agua que anegaba la avenida. Despuntaba el día. No duermo nunca. Pensaba cosas de muerto, como que tú nunca antes la atravesaste conmigo, así, esquivando el tráfico histérico de una mañana de diluvio, descalza, sin el peso de tus grilletes, reventándose gloriosas tus ampollas. Y he corrido con el agua llevándote prendida, como el dorsal del que nunca gana, sumándote a mi lluvia, para tomar de ti tu caudal secreto y alcanzar antes de tiempo la noche.

sábado, 24 de mayo de 2014

otro fragmento de "Como fantasmas"

Lo hacíamos entonces, cuando contábamos los tres, con una excusa ósea para usarla a ella a modo de arco. Nos lo permitía. No tenía elección. Éramos suyos. Después, la muerte recuperó para sí nuestros huesos y atomizó nuestras voces, poco a poco. La mía ha sido la última. Pero tan débil era, tan asqueada se hallaba de susurrar en vano tu nombre, que creo que me precedió en lo de morir. A ellos, mis añorados amigos, les colocó obleas en las bocas para perpetuarles la sonrisa, santificándolos de algún modo –que de eso sabe la muerte- y los tiñó de azul, narcotizados de Leteo. Conmigo no fue tan considerada. No me dejó dibujarle en el torso un corazón con la punta de mi lengua. Me negó el beso. Me negó el azul. Me negó el olvido. Me negó su amor y su clítoris helado. Porque la deseé hasta la alambrada de espino, porque la acosaba yendo tras ella, porque le salía al paso como un funámbulo ebrio aprovechando cualquier filo. Así que, aunque me hizo transparente decolorándome hasta la sombra, eternizó en mi rostro el gesto adusto, insistiendo en la inclinación sombría de mis cejas sin aliviarme el trazo del ceño que sangraba y me convirtió en esto que no ves… un fantasma.

Sigo usándola a ella como un arco. La necesito para acercarme a ti. Me agarro a la cola de su amor… tiene forma de perro.

Lo hago porque no puedo verte instalada desde mi niebla en el ocre, yendo y viniendo de las porquerizas con tu cesta de exvotos, mordisqueando espaldas, succionando médula, dejando un rastro de vertebras por donde pasas… ¿No ves que soplo sobre ellas para avivar las llamas, mientras entregas a los eunucos tu pasión?

Una gota de mi eternidad es eso que te cuelga del labio.

No. Al otro lado no estaban ellos esperándome. Mi puto arco iris no es más que gris degradándose en la noche, apoyado en las dos estacas enfrentadas del desierto.

Condenado a repetir mis obsesiones, abuso de la espiral y olisqueo tu pelo, pulsándote el humor, abatiéndote en mi espacio, abriéndote en canal, descendiendo a tus infiernos con un carburero siniestramente sostenido en mi diestra y un pájaro amarillo aferrado contra el pecho...

Busco lo que nos niegas. Lo busco sin descanso. Me pertenece.

martes, 20 de mayo de 2014

fragmento de "Como fantasmas"









Duermes.

Quieres hacerles creer a los que te sonríen que contigo llevas tu cuerpo… tu conciencia de género femenino… el collar de conchas que desenterraste… el arnés para asegurarte en el vacío colgada del pecho de tu hombre… y tu impúdico triángulo acotando la nada.

Él aplaude. Siempre que agitas la cabellera, aplaude… Aplaude hasta la extenuación viendo cómo desalojas los pájaros que te perforan el cráneo y mantienen artificialmente viva tu sonrisa anudada a tu nuca con hilo rojo. Aplaude porque en el fondo sólo es un pobre hombre que gotea dudas aunque quiera creer en las sirenas y le guste chupar las espinas del pescado…

Duermes y sé cómo asaltarte, cómo caer sobre ti como un ala, desprotegerte, exponerte a mi intemperie, al férreo rigor de la mirada cruel que no llegué a proyectar sobre tu frente –sagrado pentagrama donde tendí las notas que no me arrancaste- cuando vivía… Cuando vivía… Cuando vivía ninguno de los dos tenía los ojos azules ni un globo de helio entre los riñones…

Yo no sonrío. Antes tampoco lo hacía: me desequilibraba el rostro. Era oscuro y arrogante. Tenía un cofre con omisiones y el gesto rancio. Ya no…

Pero sigo tu estela… Sigo esperándote… Jadeo como un perro a la espera de tu metamorfosis…

No aplaudo tus ejecuciones. Y lloro mi decepción aferrado a tu pelvis como aire…

Soy el muerto incómodo que orada tu piedra, el que se come la hierba que no plantas. Y tengo mi boca llena de ti, todavía… y tus votos en la palma de mi mano –sólo sombra-.

Te espero… Pero sigues levantando entre los dos, alambradas…

domingo, 11 de mayo de 2014

autorretrato

No soy escritora. Escribidora, tal vez. Que en esto, como en casi todo, hay clases y siempre me he sentido mejor entre los apartados, mejor aún… autoexcluidos… Ni arriba ni abajo… floto a una altura razonable.


Lo que me pasa es que padezco una infección en el decir y duermo poco.

A través de la escritura se manifiesta mi enfermedad y se aviva la certeza de saberme incurable. El lenguaje, tejido purulento de alma y de ego, me hierve en las sienes, ávido de sonido, de frontones sensibles donde realizarse tras el impacto y devenir nada a continuación. Reacciono a los estímulos con palabras, en lo interno, el lúbrico territorio de la digestión, del pánico, del delirio, donde celebro la combustión de lo vivido y ardo sin acabarme.

La palabra se posa en el papel o en la pantalla, febril y mal intencionada casi siempre, para ser sepultada de inmediato por el paso de los días y el descomunal peso de las actualizaciones, vacía de importancia vestida con el impoluto uniforme de lo invisible.

No veo estanterías donde lucir el corazón encuadernado. No veo templos ni santuarios, salvo el de algunos costillares ajenos, que son el mío. No veo desde aquí mi nombre en letra de imprenta. Pero sí me veo exudando decires, ahí, en los días que vienen, suavemente encadenados uno a otro, en el papel, en la pared, en el agua… en los intervalos nocturnos que diferencian a los benditos de los insomnes a cuyas cuerdas me ato para balancearme de noche sobre los tejados.

No tengo pudor en reconocer que he hecho el mal con la palabra y que lo he hecho a conciencia. Que alguno ha llorado y me ha maldecido. Y he sentido una agradable sensación en lo oscuro, desde donde los he visto enfrentados a sí mismos y a mi ojo maldito, desde donde les hubiese dicho si no me odiasen, que sé combinar en los labios el beso y el veneno, igual que ellos, pero con esa torpeza nada correcta que nos diferencia a los brutos de los pulidos, que nunca doy a nadie por perdido, que no libero lo amado, que no lo hundo en el olvido, que no lo niego, que no sepulto su memoria en la gélida sombra que se hace cargo de lo muerto. Que sigo mirando en dirección a su sangre deseando que germine flor por el mundo. Sigo sintiéndolos destino.

No lo he hecho sin querer. He herido. Con el ojo desorbitado de la conciencia fijo en el objetivo.

He minado cicatrices.

No estaban curados. Pero vendían salud con una soberbia intolerable.

Mis balas nunca serán de fogueo y las excusas pueriles no van a llagarme la boca.

Así que no hago esto de apilar frases con el rigor del que presumen los del oficio… No soy escritora. Ignoradme… así, con esa indiferencia fosforescente que os hace reaccionar como si no os tocase… Envueltos en vuestro algodón de azúcar, vosotros, los que me maldecís, ávidos de mi nada, disfrutad del rosa y mentid, que no os duele, que acabo en punta roma, que ya no humea en la vuestra mi columna…

Yo sólo ejerzo de mí misma… nada bueno esperéis… confinadme en el silencio de vuestras voces… os escucho… interpreto vuestro mal….

miércoles, 2 de abril de 2014

in memoriam



Ya estáis todos bajo el arco.


Faltabas tú, pero ya estáis todos. No menos azules que antes. No tan ariscos como cuando os movíais confinados en cuerpos, demasiado limitados para el fuego plutónico al que servíais. A vuestro pesar, fatalmente, alados. Indescifrables y mudos. Magnéticos. Impenetrables.

Faltabas tú, el muerto más reciente. El que me quedaba. El que escuchaba las voces de los otros. ¿Los oyes, Carmen? Me llaman….

Ya voy… decías.

Sí, te llamaban… Yo también los oía.

Pero mi nombre es de los que se olvidan, sólo les recordaba vagamente a girasoles. No crecen girasoles bajo el arco.

A ti te llamaban porque olías como ellos…. Y yo olía a lo que se deja atrás tiernamente, sin angustia.

Tú, el muerto de los dos corazones, el de las dos lenguas. El de la flecha atravesada en la clavícula. El autor de su noche definitiva, el de la ferocidad calculada, buen lanzador de cuchillos…

Sólo faltabas tú. Y les has dicho de mí, antes de beberte el Leteo: Acordaos, le gustaban las granadas. No sé si sonriendo. Te me has hecho invisible.

No me desvelarás futuros nuevos. No te adelantarás certeramente a más traiciones… Hechicero…

El arco no tiene colores, Carmen. Te lo dije. Una paleta de grises, nada más. Un trazo higiénico. El portal. Las palmas de tus manos, Carmen… mira las cruces… Nosotros teníamos nuestros agujeros, el mapa y el abismo y tú…las cruces. Sabías sonreír sin motivo, estúpidamente. Nosotros, no.

Ahora estás muerto. Como ellos. Y ya estáis todos bajo el arco.

Las últimas cosas que tocaste aún arden, avaras de tu calor, aún arden… para dolerme el duelo como una quemadura.



Carmen Jurado Torresquesana. “In memoriam”