
Inexpresivo, casi fúnebre, el mar, como tantas veces, mantuvo a salvo el horizonte impidiéndome hundirlo con mi dedo –el de la ira, el que ejecuta los crímenes-. Convertido en el signo fatal de la resta me obsequiaba así con una ausencia más.
Pero la cordura estaba ahí, erguida sobre sus patas de aluminio, cuadrada, sólida, dispuesta para administrarme mi dosis de placebo.
Del Diario de Humo. Carmen Jurado Torresquesana