jueves, 20 de septiembre de 2012

PARA TI NO HAY CEREZAS









Pretender sostenerme en la alegría como un funámbulo ha sido una temeridad amén de una obscenidad, una provocación, una osadía... Un fallido acto de fe. No leáis entre líneas: me siento culpable. No. No sé sentirme así. Describo un hecho con la torpeza de quien no abraza ciencia alguna y no sabe culparse de nada. Sí, hasta ahí llego y no niego que soy un poco sinvergüenza creyéndome el ombligo del mundo... como si no lloviese ahí afuera, como si fuese la mía la única caída…Y no puedo caer en silencio. Ya lo sabéis.

Caigo. Es así. No me he dejado caer ni he sido empujada. Caigo… El núcleo de la tierra está imantado. Y mirad que mientras sonreía desde allá arriba era infinitamente más comestible y respirable… menos incómoda cuando acampaba ahí en el mundo, entre los que me hacían un hueco en sus tardes mullendo el espacio con nubes para mis aristas. Sí, la cualidad bipolar de la que gozo...me golpea con el péndulo. Nada sucede. Puede que el otoño. El óbito de la luz estival… La espera… Los alaridos de la canalla en el patio del colegio a la hora del recreo, agónico lapsus que vierte gelatina en mi reloj de arena. Nada, en suma. Lo de siempre. La visión del mundo hoy me amarga el paladar y lo cuento, como si veros pacer apaciblemente en el hueco de la mano de la rutina me molestase.

Caigo porque el cable de mi alegría es frágil y se ha roto.

Sin estrépito esta vez, como una hoja más, de esas que amarillean en la parte muerta del árbol. Sin estrépito pero sin evitar este ruido de palabras, cíclicamente negra, atavío oscuro, retornando al humus a por más…

La llama que ardía entre mis cejas no ha sobrevivido a los rigores del viento. No importa: era un simple reclamo. Soy, para mi pesar, un fuego rodeado de osamenta y carne y en mi naturaleza está devastar además de derretir los hielos… Fuego resguardado que ha aprendido a auto confinarse en su cámara y hacerse el dormido mientras el alma padece las contracciones necesarias para seguir infectando con su soplo los mundos sensibles.

Saco del bolsillo, ahora, el corazón y lo dejo sobre la mesa del vidente, con mi documentación, mi arma reglamentaria y mi renuncia. Ah… ese olor tan familiar en las palmas de las manos, a fracaso. Y salgo, no con todo el cuerpo, a la calle, a husmear las últimas nubes de septiembre que apestan otra vez al silencio incómodo de los cobardes… Al diablo con el miedo y con el tiempo recaudador de hoces. Al diablo con la ternura que se derrama peligrosamente sobre la nieve. Niños: Es hora de vestirse de nuevo la armadura…

La tierra se enfría según lo escrito. Una lluvia agria se mezcla con la mía y yo me sumerjo en mi salado elemento a aliviarme las escamas con limos. Lo hago del único modo que mis alambradas permiten. Adicta a la palabra, la vomito y la ingiero, y tomo apuntes del paisaje mojado, con horizonte de plata, insípida línea que no dibuja nada ante mis ojos, por lo que deberé volcar la mirada nuevamente hacia adentro.

Era predecible. Mi caída era una marca roja en el calendario. La corte de magos lo anunciaba por megafonía con la discreción de siempre, al levantarse el día. Has llegado tarde –dijo mamá hace tiempo- para ti no hay cerezas… Cierto. Y a partir de aquellas, todas se agusanaron.

Nosotros –dejadme que estoy helada, arroparme en este falso plural de modestia- nosotros, los majaderos, los del parco equilibrio, los pintamonas, afiliados vitalicios de la eterna caída, salvados con el consentimiento de la ola en el último momento para volver a caer, rodando, dando forma de esfera a nuestros lamentables estados, nuestras desorbitadas visiones que hacemos ciertas a base de oscuras magias, nuestros desesperados rezos… encarnando lunas, magras o sebosas, a lo largo de nuestra columna vertebral por los siglos de los siglos…

Nosotros, que no somos de fiar, que nos desplazamos flotando como espectros, que atravesamos paredes y bebemos agua en copas rotas… llegamos al otoño un tanto perplejos… medidores de sombras como somos, no somos indiferentes al alejamiento del sol…

-Pero es que no hay un nosotros –susurra el apuntador obturando la vena-. O es que lo olvidaste ¿Cómo tienes las manos? ¿Qué fue de su calor? ¿Qué le hizo a tu cuerpo aquel abrazo que dolía?

No hay manada. Demasiado silencio a este lado… así que… yo, la majadera, la del parco equilibrio, la pintamonas, afiliada vitalicia de la eterna caída… salvada con el consentimiento de la ola en el último momento para volver a caer, rodando, dando forma de esfera a mis lamentables estados, mis desorbitadas visiones que hago ciertas a base de oscuras magias, mis desesperados rezos…… encarnando lunas, magras o sebosas, a lo largo de mi columna vertebral por los siglos de los siglos…

Yo, que no soy de fiar, que me desplazo flotando como espectro, que atravieso paredes y bebo agua en copas rotas… llego al otoño un tanto perpleja…Vuelvo a medir la intensidad de la sombra…Vuelvo a llorar con mil ojos mi alejamiento del sol.



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